miércoles, 21 de julio de 2010

4º Capítulo. El hombre de ojos plateados

Capítulo 4. El hombre de ojos plateados.

Athan ayudó a la princesa Dianthe a salir del pasadizo.
Recorrieron el pueblo cogidos de la mano hasta llegar al templo sagrado dedicado a los dioses donde el sacerdote pasaba horas y horas rezando.
Athan miró el templo. Era realmente hermoso. Los rayos primaverales del sol hacían que el templo irradiara belleza. Alejó su mente de la hermosura del templo y junto con Dianthe traspasaron las puertas de este.
Cuando el sacerdote los vio, sin decir palabra, los guió hasta una pequeña habitación que estaba al fondo de un largo pasillo. El sacerdote sacó una llave que llevaba colgada al cuello y abrió la puerta. Era una habitación realmente pequeña y oscura. Parecía que en ese lugar se escondieran todos los secretos de Ganer. Entraron en la habitación y luego la cerraron. No hubo problema con la luz porque Athan se concentró e hizo aparecer en la sala una pequeña esfera azul que iluminaba de sobra toda la estancia.
El sacerdote miró un momento a la princesa y después a Athan.
-¿Cuándo partirá?- Preguntó con semblante serio.
-En realidad… partiremos –Contestó Athan mientras miraba a la princesa. –Si la dejo sola y Arwel la encuentra…
El sacerdote asintió pensativo.
-¿Irás con ella?
-Sí. –Fue su única respuesta.
El sacerdote iba a decirle algo, pero un estruendo le hizo caer igual que a Athan y a la princesa.
-El ejército oscuro… -Susurró el sacerdote.
-Es imposible que nos hallan descubierto. –Dijo Athan.
El sacerdote, Athan y la princesa salieron de la habitación para averiguar que es lo que estaba sucediendo. Y por el camino se encontraron con Khon, un joven aprendiz y la mano derecha del sacerdote.
-¡Sacerdote! –Exclamó Khon. –Le estaba buscando. El ejército oscuro esta invadiendo el pueblo.
-¡Oh no! –susurró la princesa. Athan la abrazó y miró a Khon.
-¡No pueden encontrarla! ¡Debemos partir ya! –Gritó Athan. –Si es necesario nos teletransportaremos a cualquier lugar. –Dijo aprentado los dientes. Sabía que aunque tuviera mucha magia, teletransportarse requería mucho poder y mucha concentración.
-No. –Dijo el sacerdote con voz serena. –Athan, los dos sabemos que podéis huir y huir siempre… pero al final os encontrarán. Esta guerra no esta a nuestro alcance.
Athan le miró intentando comprender sus palabras.
-Tu tienes el poder de viajar a otros mundos. Debes encontrarlos y traerlos. Si no… Ganer –Tragó saliva antes de continuar –Acabará en manos de …
-De mi hermano. –Continuó Athan. Sabía lo que tenía que hacer… Todos los magos eran capaces de viajar a otros mundos… cuando los elegidos se encontraban claro. Y como él era el último mago, su responsabilidad era traerlos a Ganer.
-Se cual es mi responsabilidad –Dijo Athan –Pero también se que no puedo dejar a Dianthe sola.
-No tienes que dejarla sola, -Dijo una voz que provenía del fondo del pasillo. –Yo me ocuparé de ella.
Athan se giró y la observó. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí Reisa?


Dave se levantó y se lavó la cara. Cada vez los sueños eran más largos y le aturdían mucho. Deseaba con todas sus fuerzas dejar de soñar con tanto realismo, pero pronto se dio cuenta de que eso era algo que no sucedería. No podía evitar soñar… Eso era algo natural.
De todas formas, hacía ya tiempo que no le molestaba, solo le aturdía. Le encantaba ir a casa de Lía a contarle los sueños que tenía. Para sorpresa de Dave, a Lía le encantaba escuchar historias, y más de magos y princesas. Sonrió al recordar a Lía. En pocos días se habían hecho muy amigos. Aunque Dave no sabía realmente que es lo que sentía por ella. Lo que si sabía es que cuando estaba a su lado se olvidaba de todo. Del instituto, de su abuela, de su madre y de lo que le dijo su padre antes de morir…
Era como si su mente no pudiera pensar en nada más que en ella.
-¡Dave! –Chilló su abuela devolviéndolo a la realidad -¡Son las ocho menos cuarto! Date prisa o llegarás tarde al instituto.
Dave suspiró. Ir al instituto le parecía una pérdida de tiempo. Cuando veía a sus amigos hablar de lo que querían ser de mayor se agobiaba. Él no lo tenía claro. Bueno, en realidad no era eso… Solo que no quería trabajar… No quería dedicarse nada. Le parecía aburrido y sin sentido. Aunque al final tendría que trabajar sí o sí.
Terminó de desayunar y se despidió de Margaret.
“Lunes de nuevo…” Pensó mientras caminaba rumbo al instituto.

Sonó el timbre del patio y Lía recogió las cosas para salir.
En la puerta, como de costumbre, la esperaba Dave. Lía se levantó del pupitre y pasó junto a su lado sonriendo.
-¡Lía! ¡Tengo que contarte lo que he soñado hoy! –Exclamó emocionado Dave.
Lía asintió y salieron juntos al patio.
Se sentaron en un banco mientras almorzaban. Cuando Dave acabó de contarle lo que había soñado Lía dijo:
-Así que la responsabilidad de Athan es traer a los elegidos de otro mundo para salvar Ganer, ¿No?
Dave asintió mientras la miraba.
-Pues que suerte que tienen los elegidos –Dijo Lía mirando hacia el cielo. -¿No te gustaría poder ir a un mundo mágico?
-Mmm –Dave se quedó pensativo. –Sí supongo… si eso supone que no tendría que trabajar ni estudiar.- rió.
Lía le observó. Era un chico peculiar. No estudiaba ni hacía los deberes pero no molestaba. No era el típico payaso de la clase o repetidor que estaba ahí por estar. Él era muy educado. No molestaba en clase. Hasta parecía que atendiera. Aunque Lía sabía que no era así, porque ella hacía lo mismo.
-Tienes razón. –Dijo Lía al cabo de unos segundos de silencio.
-¡Eh Dave! –Dijo Pablo. –Últimamente no te veo en los patios. –Sonreía. “Típica sonrisa estúpida” pensó Lía. “¿Para que sonríes si no te estas divirtiendo?”
-Hola Pablo. –Dijo Dave devolviéndole la sonrisa. –Es cierto… ando un poco… ocupado.
-Ya veo, ya veo… -Contestó Pablo mirando a Lía con una sonrisa picarona.
-Hola Lía. Cada día te veo más guapa. –Dijo pablo con esa sonrisa que a Lía le parecía estúpida.
-Pues tú al contrario, sigues igual de feo que siempre. –Y con esas palabras se levantó del banco y miró a Dave. Él sabría interpretar esa mirada. Así que se alejó sin preocuparse.
De lejos pudo escuchar un poco lo que Pablo le decía a Dave.
-Vaya… realmente es preciosa, ¿Verdad? Si no fuera tan antipática… –Le dijo Pablo a Dave. Lía seguía alejándose así que no logró escuchar cual fue la respuesta de Dave.
Aunque tampoco quería escucharla. Le daba igual.
Se sentó en un escalón y sacó su cuaderno de dibujo. Le encantaba dibujar, así que paso los últimos diez minutos de patio dibujando un pequeño pájaro saltarín que estaba en un árbol.

Por fin sonó el timbre que indicaba que las clases habían finalizado… por hoy claro.
Dave tardó en recoger como solía hacer Lía para quedarse el último junto a ella.
Pero para su sorpresa Lía ya no estaba en la clase y ella nunca era rápida.
Recogió lo más rápido que pudo y salió de clase a buscarla. La divisó a lo lejos con los libros aún en la mano.
-¡Hey! ¡Lía! –Llegó corriendo a su lado y la detuvo sujetándola del hombro. -¿Qué ocurre? ¿Por qué te marchas tan rápido?
Lía se giró y lo miró. Dave ahogó una exclamación en cuanto la vio.
Tenía la cara pálida y parecía que en cualquier momento se fuera a desmayar.
Y sus ojos… sus ojos brillaban de forma extraña e inusual.
-No… no me encuentro bien. –Dijo Lía a duras penas.
Dave asintió y la ayudó a salir del instituto. Le tocó la frente y descubrió que estaba ardiendo.
-Oh estás ardiendo. ¿Viene tu madre a recogerte? –Preguntó Dave preocupado.
Lía negó con la cabeza. Dave asintió. Notó como Lía se desvanecía en sus brazos. Sabía donde vivía así que no lo pensó dos veces más y la cogió en brazos.
-Yo te llevaré a tu casa. No te preocupes.
Lía parecía que quería negarse pero fue incapaz.
Al cabo de un rato, Dave se dio cuenta de que Lía ya no hablaba.
-¿Lía? ¿Me oyes? –Preguntó Dave. Nada, no había respuesta.
Acercó su oído a su boca y escuchó su respiración entrecortada. “Solo se a desmayado, no pasa nada” Se repetía una y otra vez. Apretó los dientes y aceleró el paso. Debía llegar cuanto antes a su casa. Su madre sabría que hacer.

La oscuridad lo llenaba todo. Lía abrió los ojos pero no vio nada. Solo oscuridad y más oscuridad. Tenía frío y no sabía donde estaba.
De repente una esfera dorada apareció de la nada iluminando toda la habitación.
Lía ahogó un gritó porque justo delante de ella se hallaba un hombre. La miró fijamente a los ojos, y por un segundo pensó que la mataría, pero este desvió la mirada e hizo como si ella no estuviera allí. En realidad, eso es lo que sentía Lía, que no estaba en ese lugar. Estaba pero no estaba. Sentía pero no sentía. Esa sensación le causaba escalofríos.
Observó el hombre que segundos antes le había “mirado”. Tenía unos ojos… plateados como si fueran ojos metálicos. Y cada vez que le miraba sentía que iba a morir. Era muy alto y delgado y sus facciones eran detalladas. Debía admitir que era guapo, aunque siniestro al mismo tiempo. Supuso que tendría entre 20 y 25 años.
El hombre dio una vuelta alrededor de la esfera dorada hasta que otra persona entró en la habitación.
Lía se acercó a la esfera y la tocó. “¿Qué es esto?” pensó. Emanaba luz y calor… era como la que Dave describió. Como la que Athan hizo aparecer en el templo para iluminar la estancia.
-Señor… -Dijo una voz que provenía de la oscuridad. Aunque la esfera iluminaba mucho, no llegaba a todas las partes. Fue ahí cuando Lía se dio cuenta de que la habitación no tenía ventanas. –Tengo nueva información. –Continuó hablando la voz.
El hombre de ojos plateados asintió y esperó a que hablara.
-Athan viajará al otro mundo para traer a los elegidos. Lo hará pronto. En cuanto deje a la princesa en un lugar seguro.
El hombre de ojos plateados le dio la espalda y se rió cruelmente.
-Ya puedes retirarte. –Su voz sonó inhumana. Como si miles de voces metálicas hablaran al mismo tiempo. Lía se estremeció y todo el vello de su piel se erizó al escuchar su voz.
Y entonces la esfera se apagó y la oscuridad y el frío volvió a inundar la habitación.
Tenía miedo y quería despertar, quería abrir los ojos y no encontrar oscuridad.
Entonces notó algo frío que resbalaba por su piel. “¿Agua?” pensó.


Lía abrió los ojos aturdida y miró a su madre un momento.
-¡Oh dios mío! ¡Lía! ¡Qué susto me has dado! –Decía su madre mientras la mecía en sus brazos. –Estabas ardiendo y no despertabas. Tuve que meterte en la ducha y todo. Creí que no volverías a despertar.
Cuando su madre la soltó, observó que había estado apunto de llorar o había llorado.
Intentó tranquilizarla pero no pudo hablar, estaba muy cansada así que solo asintió.
Su madre la llevó en brazos hasta su cuarto y la dejó en la cama.
-Lía voy a llamar al médico, ¿Vale? No te muevas.
Lía asintió e intentó con todas sus fuerzas que los ojos no se le cerraran. No quería volver a estar en ese lugar frío y oscuro.
Dave entró en la habitación y la abrazó. Lía no supo que hacer o decir, simplemente se quedó quieta y se dejó abrazar.
-¿Estas mejor? –Dijo Dave sin dejar de abrazarla. –Me has dado un buen susto.
Lía hizo ademán de sentirse incómoda y Dave se separó de ella suavemente.
-Es…estoy bien. –Consiguió decir Lía. -¿Qué… me … ha pasa..do? –Intentaba hablar normal, pero el simple hecho de hablar le causaba un terrible esfuerzo.
-Terminaron las clases y te fuiste muy rápido. Estabas pálida y parecía que te ibas a desmayar y como tu madre no te iba a recoger en coche te llevé en brazos. A mitad de camino perdiste el conocimiento y cuando te traje aquí tu madre intentó hacerte despertar mientras te ponía el termómetro. ¡Tenías 42 º C de temperatura! Tu madre se apuró y le ayude a llevarte a la ducha. Luego me dijo que esperara abajo. –Hablaba muy rápido. Se notaba que estaba nervioso.
Lía asintió.
-Lo…lo siento. –Pudo decir.
-No tienes que disculparte. –Contestó Dave y la volvió a abrazar aunque Lía se sintiera incómoda.

Al cabo de 15 minutos el médico revisó a Lía y luego salió de su cuarto.
-Lía, -Dijo su madre abriendo la puerta de su habitación. –El médico me ha recetado medicamentos. La fiebre te ha bajado solo unas décimas pero aún así tienes mucha. Así que ahora voy a preparar algodón y agua helada para ponértelo en la frente, ¿Vale? Y por supuesto mañana no sales de casa. –Cuando terminó de hablar se acercó a ella y le dio un beso en la frente. –Ahora vengo.
“Genial, por lo menos algo bueno me pasa” Pensó refiriéndose a que no iría al instituto.
Se acomodó un poco en la cama. Dave hacía rato que se había marchado, no sin antes haberle asegurado mil veces que estaba bien y que le llamaría si necesitaba su ayuda.
Se acordó del extraño suceso que le había ocurrido mientras estaba inconsciente. ¿Sería cierto? Todo eso que había visto y vivido de alguna manera, ¿Había ocurrido de verdad?
El hombre de ojos plateados hablaba con alguien que conocía a Athan, un personaje con el que Dave soñaba todos los días. ¿Podría ella soñar con Ganer al igual que Dave? Pero, ¿Quién era el hombre de ojos plateados? ¿Y por qué le causaba tanto miedo?
Se formuló muchas preguntas que, por desgracia, no tenían respuesta. Así que decidió que estaba loca y que la fiebre le había hecho delirar.
No supo porqué pero ese razonamiento la relajó. Así que no pensó más en ello…
Respiró profundamente y se puso el termómetro. Cuando miró la temperatura que tenía se quedó atónita. Hacía menos de 15 minutos que tenía 38 º C y ahora tenía 36 º C. Además se sentía completamente bien. Se levantó y caminó un rato.
“¿Me he curado ya?” Pensó Lía. “Si aún no me he tomado los medicamentos.”
Escuchó los pasos de su madre subiendo por las escaleras. Rápidamente se volvió a acostar. Daba igual que ya estuviera curada. No tenía ganas de ir al instituto, así que se hizo la enferma.

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